Por A.F. Israel David Lara, Arqlga. Enah Montserrat Fonseca y Arqlga. Fiorella Fenoglio
En el mes de agosto de 2015 se reportó el hallazgo de un conjunto de osamentas al interior de una oquedad formada por la erosión del terreno en una zona cercana a la comunidad de El Rosario, en el municipio de Ensenada, Baja California.
Especialistas del Centro INAH Baja California recolectaron huesos humanos y de animal, así como restos botánicos que probablemente formaban parte de un ajuar funerario. Gracias a la colaboración con el Centro INAH Querétaro el día de hoy podemos contar su historia.

Los huesos pertenecieron a tres individuos que vivieron en la región hace mil años. Tenían entre 35 y 45 años de edad al momento de morir, por lo que quizá eran considerados unos ancianos, pues esos grupos humanos vivían menos que nosotros. Hay dos individuos del sexo masculino y uno del femenino; el individuo 1, que llamaremos Ibó, era el más alto y robusto de los tres pues medía 1.68 metros, el otro individuo, Jerónimo, medía 1.58 metros y la mujer, a quién llamaremos Rosario, era la de menor estatura (1.50 metros). De acuerdo con los análisis métricos que se realizaron, los tres pertenecían a los grupos indígenas que habitaban la península antes de la llegada de los europeos.

Estado de salud
Su estado de salud se puede evaluar como bueno, aunque tenían algunas deficiencias nutricionales como resultado de su dieta o de algunos procesos infecciosos. Las fuentes históricas mencionan que estos grupos humanos eran cazadores, pescadores y recolectores, nómadas y seminómadas que aprovechaban los recursos que había para subsistir todo el año cambiando de lugar de residencia en busca de alimento.

Se alimentaban de almejas y caracoles, ocasionalmente ostiones, peces y algunas veces se beneficiaban de que algún mamífero marino quedaba varado en la playa. Su dieta era de tipo estacional, que se caracteriza porque durante las temporadas más frías del año bajaban a la costa para explotar los recursos marinos y durante las temporadas más cálidas se trasladaban a partes más altas y ahí se alimentaban de piñones, bellotas, conejos y otros animales que cazaban. Como predominaban los alimentos de alta dureza, se requería del uso de instrumentos de piedra para su preparación, los cuales desprenden partículas que ocasionan el desgaste tan severo que se observa en los dientes.

Ibó padecía de una enfermedad parecida a la artritis reumatoide que ocasionaba que sus articulaciones y tendones se fueran osificando, lo que sin duda mermaba su calidad de vida. Derivado de la hostilidad del ambiente, los individuos tenían accidentes que les ocasionaban algunas fracturas, también se observaron hundimientos y marcas en los cráneos, producto de golpes de diferente intensidad que pueden corresponder con un ritual descrito en algunas fuentes históricas: golpearse la cabeza con piedras en señal de duelo, tales golpes llegaban a ser tan fuertes que se les veía escurriendo sangre por los oídos. Aunque esta era una práctica de los grupos de Baja California Sur, la presencia de marcas en los cráneos indica la posibilidad de que también se llevara a cabo en esta región.

Vida cotidiana
Ibó fue un hombre cuyas actividades cotidianas comenzaron a una edad temprana: realizaba esfuerzo físico extremo para llevar cargas pesadas sobre la espalda y caminaba largas distancias, quizá por el uso regular de cestos para la transportación de diversos objetos o productos derivados de la pesca y la recolección, lo que nos permite pensar a este individuo como un componente muy activo dentro del grupo.
En Jerónimo y Rosario se encontraron algunas alteraciones en los canales auditivos, indicios de que pudieron tener actividades acuáticas en vida, tal vez relacionadas con el buceo para la obtención de alimento del lecho marino, aunque probablemente no fue una actividad practicada tan frecuentemente por estos individuos.

Depósito funerario
Por las características del hallazgo, existe la posibilidad de que se trate de un espacio destinado al depósito funerario, el cual se reutilizaba a través del tiempo dependiendo de algunos factores como: la necesidad de un espacio para el depósito de los muertos, la importancia del difunto, el rol social que desempeñaba o la existencia de una línea familiar.
En cualquiera de los casos, y basados en el estado de conservación de los restos óseos y a la cantidad de elementos óseos presentes de cada esqueleto, podemos pensar que se trata de un depósito que no fue simultáneo, lo que indicaría un culto a los ancestros, dado que se conservaban los restos de los entierros que antecedían al último, quizá para hacerlos partícipes del ritual mismo o porque se les consideraba presentes y actuantes dentro de la comunidad.
